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Sergio Pitol: soy hijo de todo lo visto y lo soñado

El célebre prosista mexicano, ganador del prestigioso Premio Cervantes en 2005, falleció ayer a los 85 años en su casa de Xalapa; más tarde fue velado en una funeraria privada.





13 de Abril de 2018 a las 14:46 hrs -- Centinela Digital
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Ayer falleció Sergio Pitol Deméneghi (1933-2018), el escritor de la memoria y del silencio, el autor del humor más refinado y mordaz que siempre mantuvo los pies en la tierra. Su partida sucedió en su casa de Xalapa, a los 85 años, por complicaciones de una afasia progresiva que padecía desde 2009.

Por su parte, Anamari Gomís, amiga del escritor que fue distinguido con el Premio Cervantes en 2005, adelantó que la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM prepara un tributo que recuerde la importancia de su obra, mientras que las autoridades federales de la cultura no dieron detalles sobre homenajes.

En Una autobiografía soterrada (Almadía, 2010), Pitol recuerda que su relación con la literatura comenzó en la infancia. Y tan pronto como aprendió las letras se encaminó a los libros. Pero fue en 1956 cuando empezó a escribir: “Soy consciente de que mi escritura no surge sólo de la imaginación, si hay algo de ella su dimensión es minúscula. En buena parte la imaginación deriva de mis experiencias reales, pero también de los muchos libros que he transitado. Soy hijo de todo lo visto y lo soñado, de lo que amo y aborrezco, pero aún más ampliamente de la lectura, desde la más prestigiosa a la casi deleznable”.

La historia de Pitol se podría resumir así: quedó huérfano a los cuatro años y fue criado por su abuela, de quien heredó su pasión lectora, en la comunidad azucarera de El Potrero, habitada por una colonia de italianos nostálgicos. En ese lugar conoció a algunos de sus grandes amigos, como al escritor Carlos Fuentes y al exiliado español Manuel Pedroso, quien lo acercó a la literatura de Alfonso Reyes y la pintura de Diego Rivera.

Pitol estudió Derecho y Letras en la UNAM. En 1958 trabó una honda amistad con los escritores Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco, quienes colaboraron en la revista Estaciones. A principios de los años 60 dejó México y conoció Roma, Londres, Varsovia y Pekín. Luego París, Budapest, Moscú y Praga. Eso lo convirtió en un autor itinerante, políglota y traductor, exiliado por voluntad propia durante casi tres décadas. Este periplo lo acercó a esa tradición literaria poco conocidas en el mundo hispano de la época, en partcular de Europa del Este.

Fue embajador de México en la antigua Checoslovaquia, y a su regreso a México fungió como editor y colaboró en numerosos suplementos culturales. En mucho de sus textos confesó que su mayor influencia literaria fue Antón Chéjov, aunque su narrativa también contiene el eco literario de Jorge Luis Borges, William Faulkner, Virginia Woolf, E.M. Foster y Mijail Bajtin.

Así, Pitol construyó una obra que lo convirtió en un clásico secreto de la literatura mexicana y en un traductor imprescindible que le dio visibilidad en lengua española a escritores como Witold Gombrowics, Jerzy Andrzejewsky, Kazimierz Brandys, Henry James y Jane Austen al español.

En una entrevista con Excélsior (25/05/2014), Pitol aseguró que extrañaba la Ciudad de México que guardaba en la memoria, la urbe que conoció en su juventud, que recorrió con sus amigos José Emilio, Monsiváis, Juan García Ponce, Salvador Elizondo y José de la Colina. Y aseguró que su mejor libro era Domar a la divina garza.

Fue José Emilio Pacheco quien mejor dimensionó su estatura como traductor en el tercer tomo de su Inventario. Antología (Ediciones Era/Colegio Nacional/UNAM, 2017), donde a rma que Pitol “pertenece a ese grupo de escritores, como Borges y Cortázar, para quienes la traducción se volvió el mejor de los talleres literarios y la más intensa práctica de su oficio”.

Apunta que su obra es tan voluminosa que con ella nació la colección Sergio Pitol. Traductor, publicada por la Universidad Veracruzana, un trabajo titánico que sólo es comparable al que han hecho Rubén Bonifaz Nuño, Tomás Segovia y Selma Ancira.

Más allá de la huella de papel que ha legado, Pitol será recordado como el hombre afable y de sonrisa fácil, el incansable viajero que, en su juventud, comía todo tipo de botanitas y siempre se apuntaba a visitar las galerías de arte, sin dejar de lado su gusto por aconsejar a jóvenes escritores. Un autor que se rebeló al canon literario y siempre se opuso a las vanidades, a los grupos literarios, un políglota que optó por una vida aislada, pero no monástica.

ARTESANÍA DE LUJO

En entrevista con Excélsior, el crítico literario Julio Ortega recordó cuando conoció a Pitol: “Conocí a Sergio a comienzo de los 70 en Barcelona, a donde venía de Roma luego de haber pasado tiempo en Turquía. Desde entonces pensé que era el escritor mexicano más mediterráneo, cuya prosa tersa y sensorial era lo que entonces llamábamos una ‘prosa del mundo’, esto es, una transparencia del lenguaje capaz de hacernos ver mejor la textura cotidiana”.

Fue como encontró en sus libros una “visión contemporánea, plena de presente, pero también de humor, de paradojas y viajes sin retorno. Me pareció un proustiano aliviado por Pavese. Lo frecuenté en Nueva York y después en Coyoacán, de donde se exiió porque, me dijo, los vecinos eran crueles con su perro. Llevó con gracia su sabiduría literaria, haciendo de cada libro una aventura de sutileza irónica y comedia social. Sus cuentos son de una artesanía lujosa. Fue un gran escritor sin orígenes ni escuela. Solo y solitario hizo de la soledad un solsticio sin edad. Logró peruadirnos de que el presente es más amplio que el instante. O que el instante se demora en la escritura para revelarnos más que lectores, leídos”.

AMIGOS Y CÓMPLICES

Margo Glantz y Sergio Pitol no sólo eran amigos, “teníamos una amistad muy íntima”, sino cómplices culturales; viajaron juntos a varios países, conversaban mucho, comentaban su obra e, incluso, cuando la escritora vivía en Xalapa él se quedaba en su casa.

“Con Sergio compartí años fundamentales de afecto y complicidad literaria. Mis hijas lo sentían cercanísimo. Están tristes porque era como un familiar. Su muerte me trae recuerdos vitales”, comenta la autora de 88 años.

“Ya se murió la mayoría de mis amigos. Me siento sola como sobreviviente. Él era un amigo extraordinario que se fue perdiendo, porque se fue enfermando y no podía hablar. Lo vi por última vez hace dos años. Murió en circunstancias muy tristes. Me da mucha pena”, afirmó.

Se conocieron cuando ella tenía 18 años y él 15. “Participamos juntos con Luis Prieto, otro gran amigo, en mítines en contra del presidente estadunidense Nixon. Era un mitin donde estuvo Frida Kahlo”.

Para la ensayista y crítica literaria, Pitol “era un hombre de una cultura extrema, pero al mismo tiempo de una gran sencillez. La cultura la transmitía de una manera inmediata, muy auténtica. Es uno escritores más grandes que hemos tenido en México”.

Añadió que siempre le asombró su capacidad para traducir en diferentes idiomas. “La preocupación que tenía de aprender la lengua de los países a donde iba. Tradujo del polaco cosas extraordinarias”. Pero lo que más disfrutaba de Pitol era su alegría.

“Era muy divertido. Cuando venían a mi casa Monsiváis, Luis Prieto y él se hacían unas fiestas extraordinarias. Tenían un sentido del humor impresionante y una capacidad de asociación maravillosa. Es uno de los grandes escritores y traductores de México, y un ser humano extraordinario”.

ENTRE CERVANTES


Elena Poniatowska y el nicaragüense Sergio Ramírez —ambos Premios Cervantes 2013 y 2017, respectivamente— destacaron la talla internacional del autor, quienes coincidieron en que fue un hombre muy querido en diversos países.

“Honra a México al haber obtenido el Cervantes y porque su obra estaba traducida a varios idiomas y era un hombre reconocido y querido en España”, explicó Poniatowska, quien recordó que conocía al escritor desde hace varias décadas. “Él decía que nos conocimos en Polonia, pero yo creo que fue antes, en México. Siempre lo quise mucho.

Recuerdo que era muy cálido, atento, risueño, juguetón. Le gustaba hacer bromas a sus amigos y era muy educado”.

Dijo que El mago de Viena es el libro que más disfrutaba del autor que vivió 28 años en diferentes ciudades europeas. “Tenía un gran amor por Polonia. Quería que yo supiera hacer cocina polaca, pero no sé. Adoró a Polonia y tradujo a sus grandes cuentistas”.

Sergio Ramírez recordó que a menudo lo hallaba en los encuentros literarios, en Xalapa y lo perfiló como “uno de los escritores más originales que ha dado la lengua, por su ingenio, su agudeza, el dominio de la palabra y por esa curiosidad que él siempre tuvo por otras literaturas”.

Como amigo, confiesa, era difícil verlo los últimos años y no poder conversar. “Él ya no podía hablar y esos encuentros se volvían muy angustiosos. Él sufría mucho con la imposibilidad de la palabra”. Destacó que la característica esencial de su literatura fue que logró jubilar esa distancia que hay entre realidad e imaginación. Y añadió: “Hay
cosas suyas que parecen que son ficticias, pero nos está contando su vida o viceversa, pues él poseía un amplio dominio sobre el arte literario”.

A días de viajar a España para recibir el Cervantes —se entrega el 23 de abril—, subrayó que Pitol “representa un puente entre su generación, donde está Poniatowska,
Glantz y Elizondo, y la siguiente, Pacheco y Monsiváis. Tuvo un espíritu joven”.

AROMA DE MUJER

Pedro Ángel Palou lo recordó a Sergio Pitol como un escritor “generoso e inconmensurable, un erudito con los pies en la tierra. Para mi generación, su regreso a México supuso un terremoto.
Fue un clásico en vida. Lo conocí en 1991, luego lo traté mucho y era un manantial”. Recordó que en algunos viajes que coincidieron se cambiaba de ropa tres veces al día, como un viejo caballero, y luego se escabullía en la noche. “Un día me confesó que era porque no se perdía un solo capítulo de (la telenovela) Café con aroma de mujer porque le fascinaba el habla bogotana”.

Y consideró que El desfile del amor es una novela brillante que merece ser mejor leída, cuya historia fue tomada de la nota roja que mezcla espionaje y Segunda Guerra Mundial en México.

COMO EN CASA

El narrador tapatío Antonio Ortuño destacó la hospitalidad de su prosa y lo definió como un erudito que concentró un universo de lecturas y de conocimiento de arte y de viajes. “Lo más importante es que Pitol fue capaz de transmitirle a su prosa esa hospitalidad, a contracorriente de ciertos autores muy leídos que pueden sonar pedantísimos o inexplicablemente densos o ser snobs de pies a cabeza; él siempre se rigió por una cortesía literaria admirable”.

Y sobre su obra, dijo, sus novelas son agudas y divertidísimas, como Domar a la divina garza, un monumento bien narrado, malvado, inteligente y sensible... sin descartar sus ensayos narrativos o memorialísticos como El mago de Viena y El arte de la fuga, que es una obra maestra”.

ESCRITURA SELVÁTICA

Anamari Gomís destacó la influencia que recibió de los escritores rusos, ingleses y españoles del siglo XIX. “Pitol poseía una escritura selvática, donde el lector se interna para descubrir los misterios de una prosa generosa; y como ensayista debemos recordar que cambió el género al traspasar sus sueños al ensayo”.

Y recordó que por muchos años sostuvo un persistente interés por abrir un departamento de literaturas eslavas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, pero nunca lo consiguió ante la falta de dinero. “Yo creo que Pitol fue un escritor muy fiel a esa pequeña relación entre el lenguaje, el idioma y la literatura”.











(Excelsior)